La verdad es que no sé como contaros esta historia. En casa tenemos muchas ganas de que llegue la primavera. Las plantas no son nuestro fuerte. Tenemos cuatro y parecen inmortales porque han durado un huevo y les hacemos la "ola". A tener en cuenta que vivimos en un espacio bastante pequeño, en medio de la ciudad y el sol apenas aparece. Hay cinco maceteros, de los cuales entre cortinas y sofá, sólo se ven tres. Y como los tiempos de bonanza pasaron, pues hemos decidido que compramos "compos", unas semillas y a ver qué pasa. Llevamos con el "compos" unas semana en la cocina porque como hace muy mal tiempo no nos hemos atrevido. Al final, no aguantaban con el compos en la cocina y decidieron ponerse manos a la obra.
- ¿Llegaron por fin la semillas que pedí por internet?
- Sí. ¿Qué pediste?
- Pues mira, geranios variados, margaritas y claveles. Por probar a ve si sale algo. Total por 10€, qué quieres. (En una terraza en Madrid? Doscientas semillitas que vienen en cada sobre en una jardinera de menos de un metro? No sé cómo sobrevivo a a tanta estupidez junta).
Total. Los tres maceteros con el "compos" puesto.
- ¿Sabes cómo se plantan?
- Ni puñetera idea. Tu echa y reparte. Luego removemos un poco con los dedos y los regamos. (A ver si Sor Maravillas nos ayuda un poco).
Y en esas estamos, con un frio del copón, lluvia, y sin un mínimo rayo de sol. Las pobres semillitas tratando de sobrevivir en un mundo hostil. Y sobre todo en un mundo apretujado. El futuro no está claro. Hay tres opciones. Que crezcan a mogollón y esta casa se convierta en el Mato Grosso, que lo dudo. Que lo hagan siguiendo su destino. O que mueran en el intento.
A mi me gustaría que vivieran.